¿Cómo administrar un colegio en tiempos de crisis?

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Autor: P. José Leonardo Rincón,S.J. – Administrador provincial Jesuitas Colombia

Si para un educador académico realizar su misión hoy día es un verdadero reto, no lo es menos para un educador en lides administrativas. El desafío es enorme en medio de un cambio epocal que revolucionó radicalmente los paradigmas. Ya no contamos con el apoyo incondicional de las familias, ahora disfuncionales y bastante desdibujadas. La sociedad está patas arriba por los problemas de todo orden, entiéndanse económicos de equidad y justicia social que desembocan en problemas de carácter sociopolítico, todos ellos con con implicaciones éticas.

En nuestro contexto, la educación asumida por el Estado adolece de un problema profundo de mediocridad. La preocupación no estriba en lo administrativo-financiero, sino esencialmente en su calidad. En la educación privada de estratos bajos y medios, el problema es de subsistencia y de poder sobrevivir cuando todo el mundo está mal sanitariamente hablando, como fruto de una pandemia prolongada, y mal económicamente como consecuencia de una recesión que no parece levantar cabeza, que hace que los pobres sean cada vez más pobres y vuelve pobres a los de clase media. La educación privada de estratos altos también resulta impactada y no son pocos los que resultan desplazados a la clase media.

La tarea del administrador en escenarios bastante complejos, no es fácil. Comenzando porque es una labor bastante oculta por no decir invisibilizada, criticada y poco reconocida, siempre tras bambalinas, siempre de soporte pero, finalmente responsable de que las cosas funcionen. Ciertos estamentos de la comunidad educativa miran con desdén sus labores, como si fuese su misión de inferior calidad. Se les olvida que quienes garantizan que los recursos humanos, físicos, tecnológicos y financieros estén al día, son precisamente los administradores.

trabajo en equipoSi algo debemos tener claro en todo tiempo y lugar es que la administración escolar esté al servicio del “core” misional educativo-evangelizador, constituyéndose en su sustento y soporte. Es verdad que la administración no puede primar sobre la identidad y propósitos, pero también es verdad que sin un adecuado manejo de su parte todos esos nobles y bellos ideales pueden irse al traste. De ahí que sea apremiante un trabajo corporativo en equipo, donde se busque salir adelante a nivel institucional y se superen los particulares intereses de los diversos actores.

La crisis, lo sabemos, puede afrontarse de varias maneras: paralizándonos por el shock que genera, deprimiéndonos ante tan dolorosa situación, inmovilizándonos a la espera de héroes salvadores, o asumiéndola como verdadera oportunidad que nos obliga a mejorar y a salir de los marasmos que nos tenían apoltronados.

Una administración juiciosa exige ser responsables con lo que no es nuestro. No podemos tener una mirada con estrategias cortoplacistas. Ser previsivos y austeros ha ayudado a muchos a no sentir tan dura la actual situación y así como “el palo no está para cucharas” y no estamos en tiempos de vacas gordas, se impone evitar derroches y amarrarse el cinturón. Los presupuestos deberán revisarse para ajustarse a las nuevas realidades. Hay que realizar escenarios ácidos con deserciones crecientes y con carteras morosas abultadas.

A propósito de carteras morosas, el dilema moral se plantea en las actuales circunstancias: gente que ciertamente quedó desempleada y literalmente sin ingresos, al igual que trabajadores independientes y comerciantes de diversos sectores. ¿Les cerramos las puertas? Hay que escuchar las familias en sus angustias y necesidades y ayudar en cuanto se pueda. Habría que mirar los comportamientos de pago precedentes y ayudar a aquellos que han sido cumplidos. Los morosos de siempre no podrán aceptarse pues serán carteras a castigar más adelante. Los fondos de becas y ayudas se han incrementado y en todos subsiste la conciencia de la necesidad de ayudarnos. El problema es que no siempre se pueden atender todas las solicitudes manifiestas a través de cartas y derechos de petición. Hay que ser responsables y garantizar la sostenibilidad de la obra.

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Muchos también han “pelado el cobre” mostrando su agresividad y violencia verbal, exigiendo apoyo como si el ser entidades sin ánimo de lucro nos obligase a tener vocación de perdida. Qué pena, no. De ninguna manera tenemos porqué ser deficitarios. Esas actitudes hostiles se constituyen, además, en buena oportunidad para saber con quienes contamos realmente. He advertido también sobre la necesidad de estar alerta respecto del número de matriculados y el número de quienes pagan puntualmente sus compromisos. Recordemos que una vez matriculados, se nos obliga a prestar el servicio educativo así no se pague el resto del año. En este punto seguimos desprotegidos por la Ley.

El hecho es que la difícil situación apenas comienza a hacerse sentir y, según dicen, va para largo. La recuperación será lenta. Los expertos economistas creen que podrá tardar una decada, cuanto menos cinco años. Los más optimistas dos. Hay que prepararse para esto pues, seguramente, nos tocará tomar decisiones aún más duras. Si la institución ha podido realizar ahorros, con mayor razón ahora tendrá que cuidar sus inversiones y particularmente el flujo de caja. Asesorarse bien de expertos que estén atentos a los vaivenes de la economía ayudará mucho al buen manejo que nos corresponde. Finalmente, habrá que aprovechar las ayudas estatales como el PAEF y los auxilios a nivel educativo a través del ICETEX u otro tipo de instancias.